Miró Mallorca Fundació

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La singularidad esencial de la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca estriba en poder presentar el proceso creativo del artista a través de la contemplación directa de la atmósfera de sus talleres con los enseres, objetos, huellas y telas sin finalizar. Es la permanencia de una energía que aún desprende destellos de la fuerza creativa de su impulsor. El dar a conocer este hálito creativo excepcional justificaría por si sólo la existencia de la fundación. Pero si además, añadimos la oportunidad de presentar el rico patrimonio arquitectónico que contiene y un fondo de la colección íntimamente ligado al modo de crear de las últimas décadas de Joan Miró, el conjunto se convierte en único en el mundo.

La Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca nació de la donación de Joan Miró y su familia a la ciudad de Palma, en 1981, de los cuatro talleres de creación en los cuales había trabajado desde 1956 hasta su muerte, en 1983, con la intención de convertirlos en un estímulo y en un referente para futuras generaciones de artistas. La elección de la isla de Mallorca no es casual, aparte de sus raíces familiares, el artista encontró en la isla la tranquilidad necesaria y el entorno mediterráneo que conformaba el núcleo emocional de su arte. Así pues, el artista se estableció definitivamente en Mallorca en el año 1956, fecha en la que se hizo realidad el gran sueño de su vida: disponer de un taller amplio y funcional en el cual poder trabajar telas de gran formato. El encargado de realizar este sueño fue su amigo el arquitecto Josep Lluís Sert, quien trabajó en estrecha colaboración con él, tal y como se demuestra en la intensa correspondencia en el transcurso del proyecto.

En 1959 Joan Miró pudo añadir un nuevo taller -Son Boter-, una casa mallorquina del siglo XVIII, vecina de Son Abrines, que complementaba las necesidades de espacio y aumentaba la privacidad del entorno. La adquisición fue posible gracias al Premio Guggenheim de Nueva York, galardón otorgado a los murales cerámicos de la UNESCO, realizados en 1956. Adosados a este caserón, se encuentran los talleres de grabado a la derecha y el de litografía sobre el aljibe, en los que Joan Miró trabajó con la ayuda del grabador Joan Barbarà y del litógrafo Damià Caus.

La casa de Son Boter es un documento excepcional para la comprensión del proceso creativo del artista. En sus muros encalados se conservan grandes graffiti, de algunos de los cuales germinarían esculturas posteriores. El enorme tamaño de los graffiti señala la voluntad de perdurabilidad de estas intervenciones por parte del artista. Las paredes y el suelo evidencian formas de trabajo cercanas a las de los expresionistas abstractos americanos, con el testimonio de manchas y "drippings" por doquier. En algunos casos, los goteos alcanzan alturas insospechadas manifestando una intensa energía y violencia gestual que no se corresponde a la avanzada edad de Miró. Las marcas de pintura en el pavimento de la casa ponen al descubierto una acción gestual que implica literalmente estar dentro de la pintura a través de la actitud física de pintar cuadros de gran formato en el suelo. Las pinturas de nuestra colección corroboran estas apreciaciones: en los años sesenta y setenta, Joan Miró desarrolla una extraordinaria actividad y con espíritu trasgresor revisa y depura su obra. Lejos de acomodarse en los éxitos ya obtenidos, reacciona contra la propia maestría técnica y lucha por introducir nuevas experimentaciones.