Casa Grande del Pumarejo

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Plaza Pumarejo 3
41003 Sevilla, España
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Casa Grande del Pumarejo Información sobre la empresa

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Pocos edificios sevillanos atesoran en su interior una historia tan amplia, singular y al mismo tiempo tan desconocida. Desde su origen hasta la actualidad son muchos los acontecimientos acaecidos en el Palacio de Pumarejo y, sorprendentemente, numerosas las actividades desarrolladas en el mismo. No menos importantes son los valores monumentales y artísticos del edificio, los cuales constituyen una muestra relevante de la arquitectura civil sevillana embellecida con la impronta popular aportada por sus moradores y moradoras. También son muy significativos los modos de vida tradicionales que persisten y se adaptan creativamente a los nuevos tiempos y que suponen un testimonio de alto valor etnológico. Por todo ello, la casa es hoy un referente de la memoria colectiva de los sevillanos y de los andaluces.

En el último tercio del siglo XVIII un noble hidalgo y munícipe de Sevilla, llamado Pedro de Pumarejo compró una casa de vecindad propiedad del Monasterio de San Jerónimo de Bellavista cerca de los llamados Cuatro Cantillos (la esquina formada por la intersección de las actuales calles Relator, Fray Diego de Cádiz y San Luis), donde mandó construir la Casa Palacio que lleva su nombre. Al mismo tiempo, adquirió los terrenos adyacentes, que fueron destinados a jardín particular y huerta de la casa señorial.

En 1775 ordenó la demolición de más de setenta casas situadas frente al palacio para dar mayor realce y facilitar el acceso al edificio. Con todas estas operaciones asistimos a la aparición de la Casa Palacio y la Plaza que tomaron el nombre de Pumarejo, encumbrando desde entonces la figura y el linaje de su promotor.

Pedro de Pumarejo fue, según algunos autores sevillanos, un célebre mercader de Indias que rindió información de hidalguía en Santoña (Cantabria) en 1753 y se instaló en la ciudad de Sevilla. Por su estatuto nobiliario fue distinguido como Veinticuatro de Sevilla, que es como eran nominados en la Andalucía del Antiguo Régimen los hidalgos y nobles que disfrutaban del privilegio de ser regidores perpetuos de los ayuntamientos con derecho a voto en Cortes. La participación de Pedro de Pumarejo en el Cabildo municipal con un alto cargo y con el reconocimiento público que implicaba el mismo refleja su ascenso social y el de su linaje.

Poco tiempo residió Pedro de Pumarejo y su familia en la casa de su nombre. En 1785 el Veinticuatro concertó la venta del Palacio, la huerta y el jardín y, tres años más tarde -concretamente el 17 de abril de 1788- su viuda y heredera, Francisca Lorenza de Segovia, firmó un convenio con el Asistente de Sevilla, José Avalos, por el que este patrimonio era adquirido por el municipio.

El predio de los Pumarejo (palacio, jardín y huerta) fue incorporado al patrimonio municipal y su usufructo cedido a la institución benéfica de Los Toribios, que estableció allí un Hospicio y una Escuela. A partir de entonces y durante todo el siglo XIX, el inmueble fue conocido como Real Colegio de los Niños Toribios y, más popularmente, como la Casa de los Toribios.

El dinamismo existente en el hospicio se vio truncado durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). La propia Casa de Pumarejo fue ocupada por las tropas francesas que la utilizaron como cárcel de las españolas y de la población local sublevada.

Acabada la guerra, la institución de los Toribios vivió una lenta agonía. En 1823 fue clausurado el Hospicio del Pumarejo, reinstalándose en otro lugar y abandonándose las dependencias de la Casa. Tras la salida de los Toribios, la Casa de Pumarejo estuvo cerrada o sin uso oficial durante un prolongado periodo.

En 1861, una entidad privada llamada Sociedad Benéfica solicitó al ayuntamiento la licencia y una subvención anual para sostener una Escuela de Adultos y una Biblioteca Popular en la antigua Casa de Toribios. El éxito de la experiencia fue inmediato: asistían a clase cientos de alumnos y se habían alcanzado altos rendimientos académicos. Ante ello, la propia administración municipal acordó institucionalizar el centro de enseñanza creando la Escuela Especial de Adultos y la Escuela Dominical del Pumarejo destinada a menores. La primera estuvo en funcionamiento hasta 1894, es decir, casi cuarenta años, y la segunda hasta 1875.

A partir de 1865 el edificio comenzó a funcionar como Casa de Partido. En dicho año vivían en ella cinco familias y veinte personas, pero poco después el número de inquilinos se iría incrementando hasta el punto de que, en pocos años, la función residencial terminaría convirtiéndose en la más importante. En el mismo año de 1865 el conjunto fue adquirido por Manuel Laffont, que respetó el uso escolar en parte de sus dependencias, las cuales fueron alquiladas por el propio ayuntamiento, y gestionó el nuevo uso residencial.

En 1886, Aniceto Sáenz Barrón, un próspero empresario natural de la localidad riojana de Villanueva de los Carneros, adquirió la hacienda por 192.500 pesetas. Tal como hiciera anteriormente Pedro Pumarejo, ideó urbanizar los terrenos y construir viviendas en la huerta, aunque en este caso como empresario inmobiliario sin pretensiones nobiliarias. En pocos años fueron trazadas las calles, que se rotularon con su propio nombre y con los de algunos de los miembros de la familia del promotor: su padre Patricio Sáenz, su madre Eustaquia Barrón y su hija Antonia Sáenz. Mientras tanto, el Palacio de Pumarejo seguía funcionando como casa de partido.

Tras la muerte de Aniceto Sáenz Barrón en 1903, la casa fue heredada por su hijo Aniceto Sáenz Lozano, abogado de profesión que junto a su madre residía en las dependencias nobles del palacio, al tiempo que gestionaba el alquiler de los distintos partidos de la casa, la cual funcionaba plenamente como vivienda colectiva con un considerable nivel de ocupación.

En 1911 el inmueble fue adquirido al precio de 125.000 pesetas por Juan Gamero-Cívico y Benjumea, Conde de las Atalayas, procedente de Palma del Río (Córdoba), y en 1923 fue transmitido en herencia a su hijo Juan Gamero-Cívico y Porres, que mantuvo y acrecentó la función residencial del palacio como casa de partido, así como otros usos artesanales y comerciales, permitiendo la ejecución de nuevas dependencias en la zona libre del patio interior o de servicios, cegándolo en parte.

Posteriormente, en 1943, la casa fue adquirida por la suma de 350.000 pesetas por Gonzalo González Rodríguez, un próspero empresario que simultaneaba la venta de pescado y carne en el cercano mercado de la Feria con la explotación del cine San Fernando, el negocio inmobiliario y la compra-venta de materiales de derribos. Con su gestión el número de residentes alcanzó las cotas más altas, lo que se tradujo en el hacinamiento de algunas familias en escasos metros cuadrados de vivienda pero también en la plena cristalización de un modo de vida asociado a la convivencia vecinal cotidiana. También en estos años se intensificaron y diversificaron los usos de la casa: talleres, bodegas, comercios y asociaciones de todo tipo ocupaban con mayor o menor éxito y continuidad las dependencias, especialmente las accesorias que se abrieron en la planta baja, las cuales transformaban el hueco de ventanas en puertas, desnaturalizando así la fisonomía original del palacio, aunque aumentando la funcionalidad del mismo como centro de servicios para el barrio.

En 1975 heredaron la casa cuatro de los nueve hijos de Gonzalo González Rodríguez por cuartas e iguales partes indivisas, que continuaron el negocio del alquiler de las dependencias para su uso como viviendas o establecimientos comerciales y artesanales. Al igual que el anterior propietario, que regentó un almacén de productos de derribos en el mismo edifico, los herederos y sus cónyuges gestionaron también algunos negocios particulares (taberna, sastrería), manteniendo la centralidad del edificio como ámbito de sociabilidad y servicios en el entorno urbano circundante.

Desde finales de los setenta el noble edificio ha ido sufriendo un deterioro progresivo que poco a poco ha hecho mella en su elegante factura, lo que ha supuesto la pérdida o el desperfecto de algunos de sus elementos más notables. La instalación de una conocida empresa de muebles en la casa jalonó el inicio de este proceso de degradación que dura hasta la actualidad. En el exterior, la apertura de amplios escaparates alteró sustancialmente la fisonomía de la fachada, desvirtuando la impronta original; y en el interior, la misma empresa, destinó las dependencias nobles del piso superior a tienda y exposición de muebles, eliminando los tabiques que separaban las distintas estancias, al tiempo que utilizaba los espacios libres del patio y las galerías para el barnizado y acabado de los muebles. Eran los años de máxima explotación del edificio en los que, junto con la empresa de muebles, la mayor parte de las dependencias se utilizaban como talleres, bares o almacenes, al tiempo que continuaba el uso residencial, el cual seguía siendo el principal. La saturación de usos, el alquiler de las dependencias a talleres cuyas actividades degradaban los espacios comunes, así como una cierta desidia en acometer las necesarias obras de mantenimiento supusieron la pérdida y ruina de apreciados elementos ornamentales.

La situación ha empeorado drásticamente en los últimos diez años, en los que se ha llegado a una situación de lamentable abandono tanto del propio inmueble como de las actividades que allí se han desarrollado históricamente. En este tiempo, la propiedad ha cesado en el negocio del alquiler y va dejando sin uso aquellas dependencias que quedan vacías. El resultado es que las actividades que restan son cada vez más residuales y el número de vecinos se reduce a una decena de familias compuestas por personas de edad avanzada en la mayoría de los casos. El edificio es hoy la sombra de lo que fue. El dinamismo del pasado sólo está presente en la memoria de sus moradores y de los vecinos del entorno; mientras, el abandono físico del monumento se refleja en el propio inmueble, que presenta muchos desperfectos puntuales que, aunque no representan problemas estructurales alarmantes, afectan negativamente a las condiciones de vida de los vecinos y a la continuidad de los usos tradicionales en la Casa Grande.

La Casa del Pumarejo, la Casa Grande, es un Bien Cultural de todos los sevillanos y andaluces. Mantengamos vivo este Patrimonio colectivo.

Plaza Pumarejo 3 Sevilla

Horario de apertura
Lunes:
00:00 - 23:59
Martes:
00:00 - 23:59
Miércoles:
00:00 - 23:59
Jueves:
00:00 - 23:59
Viernes:
00:00 - 23:59
Sábado:
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Domingo:
00:00 - 23:59
Estacionamiento
La empresa dispone de un aparcamiento.
Número de teléfono
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